El cuartel general de la literatura peruana
“Siempre recuerdo el patio de
letras de San Marcos, que era en esos años como el cuartel general de la
literatura peruana. Ahí pasaban todos los escritores, poetas, narradores,
letrahabidos, muchachos y muchachas con sueños de escribir y publicar alguna
vez, y esa era como una formación paralela a la que uno recibía en las aulas.
Ahí se disputaba con gran pasión y con un fondo inalterable de amistad. Ahí tal
vez, y por culpa de Carlos Eduardo Zavaleta, escuché por primera vez hablar de
William Faulkner, que es uno de los escritores que más me han marcado.
La literatura estaba en el aire
de la Facultad, no sólo en las clases y en la polvorienta biblioteca. Se la
vivía también a plena luz, cada mediodía, cuando acudían los poetas, los
narradores, los dramaturgos, reales o en ciernes, pues el patio de Letras
funcionaba como el cuartel general de la literatura peruana. Escuchando a esos
adelantados, el primerizo aprendía sobre autores indispensables, libros claves
y técnicas de vanguardia, tanto o más que en las clases. Allí oí yo a Carlos
Zavaleta mencionar por primera vez a William Faulkner, que sería desde entonces
uno de mis autores de cabecera. Y allí descubrí a Joyce, a Camus, a John Dos Passos,
a Rulfo, a Vallejo, a Tirant lo Blanc. Allí oí hablar por primera vez de Julio
Ramón Ribeyro, que ya vivía en Europa, y conocí a Eleodoro Vargas Vicuña, el
autor de los delicados relatos de `Nahuín'; y al impetuoso Enrique Congrains
Martín, un ventarrón con pantalones que fue, antes de narrador, inventor de un
sapolio para lavar ollas, y luego, de muebles de tres patas, y que editaba y
vendía sus libros, de casa en casa y de oficina en oficina, en contacto
personal con sus lectores. Y allí pasamos muchas horas discutiendo sobre
Sartre, Borges, Les Temps Modernes parisinos y la revista Sur de Buenos Aires,
con Luis Loayza y Abelardo Oquendo, que, aunque de la Católica, venían también
a las tertulias peripatéticas del patio de Letras. Allí me pusieron mis amigos
el apodo de "El sartrecillo valiente" que me llenaba de felicidad. En
verdad los narradores estaban en minoría, proliferaban sobre todo los poetas:
Washington Delgado, Carlos Germán Belli, Pablo Guevara, Alejandro Romualdo, y
algunos que eran ya críticos y profesores, como Alberto Escobar. El teatro no
estaba tan bien representado, aunque algunas mañanas hacía sus rápidas
apariciones por el patio de Letras, con una galante rosa roja en la mano para
homenajear a una estudiante de la que estaba prendado, el afilado perfil de
Sebastián Salazar Bondy, hombre de teatro, de poesía, de relatos, crítico,
divulgador y promotor de cultura, que sería, años después, íntimo amigo.
Enseñar en San Marcos era
entonces prestigioso desde el punto de vista social y hasta mundano y sus
facultades contaban con las figuras más destacadas de cada disciplina y
profesión. Abogados, médicos, economistas, farmacéuticos, dentistas, químicos,
físicos, psicólogos, y, por supuesto, los humanistas de todas las
especialidades, tenían, como suprema distinción de su carrera, enseñar en San
Marcos. Y por eso, aunque los sueldos fueran escuálidos y las condiciones de
trabajo sacrificadas, la Universidad podía jactarse de ofrecer a los
estudiantes que supieran aprovecharla, la más enjundiosa preparación
intelectual”